Patricia Ruan García-Herreros / Redacción Nicolás Cabrera / Fotografía

En pocos espacios como en este se manifiesta el carácter de sus habitantes. Siendo la casa familiar del pintor y arquitecto Pepe González y diseñada por él, en compañía del arquitecto Nicolás Samper y con el apoyo del arquitecto Mauricio Bautista cada espacio refleja sin lugar a dudas los intereses familiares.

Aquí encaja perfectamente la cita de Cicerón que reza, Si hortum in bibliotheca habes decrit nihil, lo que en castellano significa: “Si usted tiene un jardín y una biblioteca, tiene todo lo que necesita”. Por eso sus dueños han decidido grabarla a la entrada como un recordatorio de su verdadera inspiración.

Su planta arquitectónica se inspira en la cruz latina que estructuró decenas de iglesias del medioevo, como la abadía del Císter en Francia. El brazo mayor de la cruz genera el eje de circulación de la casa y es el elemento que determina su distribución. A la izquierda, el ala privada con tres habitaciones con sus respectivos baños y a la derecha, el ala común, con el baño de visitas y el ropero, el taller de pintura y la cocina abierta junto al comedor y la sala, que constituyen un solo espacio. El zaguán evoca el atrio que da acceso a la casa y rematando el eje de circulación está el paisaje, que simboliza el altar y que se aprecia desde la puerta principal. El volumen de la casa resulta del ensamblaje de dos cajas que se entrelazan teniendo como punto de unión este eje que alcanza los 5,4 metros de altura.

En el segundo piso se ha dispuesto una biblioteca con una amplia dotación de estanterías, elaboradas en madera de sapán, a las que se accede mediante balcones o tribunas que desde el vacío central ofrece una vista sobrecogedora de la biblioteca. Allí, un espacio para leer y estudiar complementa este ambiente destinado a la introspección que propicia la relación con los libros y el pensamiento, al que se llega mediante una escalera que se constituye en un volumen suelto que, además de llevar al segundo piso, contiene el clóset de linos y enmarca el corredor que lleva a las habitaciones. Si bien esta casa situada en el valle de Teusacá, a las afueras de Bogotá, se expresa arquitectónicamente con un lenguaje contemporáneo, ciertos elementos de su diseño tienden a evocar lo monacal en cuanto a su distribución espacial y la proporción de ciertos recintos determinantes, como la biblioteca, pero también gracias a la masividad de los muros, que en este caso tienen el propósito de permitir desplegar la colección de arte del dueño de casa.

Allí también está presente la arquitectura vernácula con los gruesos muros revocados con llana de madera, pintados en tono tierra para rememorar los adobes o en blanco para recordar la cal. Lo mismo ocurre con el tablón de arcilla instalado en el eje de circulación, el cemento afinado en la zona social y la mezcla de maderas –pino, sapán o barricas recicladas de roble– utilizadas en distintos puntos de la casa, junto a las tejas de barro obtenidas en demoliciones e instaladas en las cubiertas inclinadas. El arte de combinarlos todos se le debe al maestro de obra Germán Galeano.

En un espacio como este, en el que el arte es un tema central, la iluminación fue un aspecto muy estudiado por parte de los arquitectos para lograr las mejores condiciones de luz al interior, en especial, en el taller de pintura, donde se asume el trabajo artístico bajo los cánones de la “pintura de oficio”, así como en las habitaciones y la zona social. Para ello se cuenta con una serie de lucarnas o tragaluces proyectados a todo lo largo de la cubierta plana, lo cual genera, desde el mismo acceso, efectos de luz muy interesantes que cambian el carácter de la casa a medida que transcurre el día.

En cuanto a la climatización, se mantiene la temperatura ideal en su interior con la inercia térmica y el apoyo de dos chimeneas de combustión lenta instaladas en la sala y la habitación principal.

La calidez del espacio también se logró en la forma en que se plantearon los espacios para ser vividos, tal y como ocurre en la zona social. La cocina está totalmente integrada al comedor y la sala, y gira en torno a una mesa de trabajo con superficie de granito que permite que todos, familiares y amigos, se reúnan a su alrededor para participar de las faenas gastronómicas, que en esta casa se asumen de manera muy profesional, como lo dejan ver los gasodomésticos instalados.

Así, con un lenguaje contemporáneo pero con reminiscencias de la arquitectura tradicional, se logra una casa de campo con mucho carácter en la que conviven piezas de arte con clásicos del mobiliario del siglo XX.

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